Una de las causas principales de la infelicidad humana reside en la búsqueda incesante de nuevas fuentes de excitación, es decir, de estímulos exteriores susceptibles de crear reacciones en nosotros. Pero esta facultad reactiva, si bien supone una enorme fuente de aprendizaje más o menos necesaria, es capaz de convertirse en la mayor responsable de nuestra falta de libertad.
Un maestro Zen ilustró esta enseñanza señalando al toro bravo, perennemente “excitado” por la muleta del torero, como símbolo de la enorme capacidad de manipulación que la excitación es capaz de provocar en el ser humano.
Los mejores argumentos y herramientas que podemos manejar para huir de la terrible servidumbre que supone la excitación son la indiferencia y desafectación frente a lo superfluo, lo estúpido o las múltiples y variadas “muletas” que la vida diaria nos presenta como excitantes engaños que nos conducen de un lado a otro, creyendo que ejercemos nuestra voluntad, cuando en realidad sólo respondemos mecánicamente a un juego de reacciones que nos abocarán la mayoría de las veces hacia el dolor.
Este breve cuento hindú puede ilustrar este punto, principalmente en lo que se refiere alas servidumbres emocionales:
Un buscador espiritual con una fuerte tendencia a dejarse manipular por factores externos fue a visitar a un maestro para plantearle el siguiente problema:
-Maestro, no soy capaz de encontrar la paz interior.
-¿Cuál es el motivo?- interrogó el maestro.
-Lo ignoro. Por eso estoy aquí, buscando tu sabiduría y consejo. El maestro quedo pensativo unos instantes y dijo:
-Vas a ir ahora mismo al cementerio. Allí te sentarás en medio de las tumbas y pasarás la mañana elevando toda suerte de elogios a los muertos.El discípulo obedeció y, una vez que hubo cumplido la tarea, regresó.
-¿Has hecho lo que te dije?- preguntó el maestro.
-Así lo he hecho- respondió el estudiante.
-Bien; pues ahora volverás al cementerio y pasarás la tarde vertiendo insultos e injurias a los muertos.El discípulo volvió a cumplir la orden del maestro.Llegada la noche, regresó de nuevo.
-Maestro, durante la mañana he ensalzado las virtudes de los muertos con toda clase de elogios, pero por la tarde he ofendido gravemente a esos mismos muertos con grandes insultos. ¿Puedes decirme ahora el objetivo de tus mandatos?
¿Qué te contestaron los muertos?- preguntó a su vez el maestro- ¿No se mostraron satisfechos y se vanagloriaron con tus alabanzas?, ¿tal vez se volvieron indignados y coléricos con tus insultos?
-Pero maestro, eso no es posible. ¿Cómo van a reaccionar si están muertos?
-Pues eso es exactamente lo que has de esperar de ti mismo: la ausencia de reacciones, tanto ante las ofensas como ante las alabanzas. Si alguien te insulta y enciende tu cólera, ¿no ves el poder que tiene sobre ti? Si alguien te alaba e inflama tu vanidad, ¿no ves el poder que tiene sobre ti? Tu paz interior la tienes ahora en manos de los demás o en poder de los acontecimientos que te rodean. Ve y rompe esas cadenas, recupera tu libertad y entonces encontrarás la paz interior."