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Me gusta pensar o sentir que este mundo que habitamos no es sólido en el sentido material de la palabra, si no más bien un estado de conciencia, o sea un espacio-tiempo que la conciencia percibe como realidad.
Esto no quita importancia a la realidad experimentada, pues cuanto acontece en un sueño es real hasta que despertamos, y lo mismo con todos los estados de conciencia conocidos (alucinatorios, místicos, meditativos, etc.) por lo que la realidad es totalmente real mientras la conciencia la perciben como tal.
Desde esa perspectiva, Barcelona también es un estado de conciencia; un lugar en la mente, en la conciencia. En esta ciudad existe todo tipo de personajes que podrían situarse en diferentes niveles, con nombres como: cielos, purgatorios e infiernos.
Soy consciente del sufrimiento y el dolor insoportable que experimentan ciertas personas en los niveles más inferiores e infernales de Barcelona, sea por las drogas o por otras circunstancias, pero no son parte de mi realidad; forman parte de otro estado de conciencia aparte del mío, y para llegar a ellos se necesita algún tipo de “llave dimensional”.
Me preguntaba a mí mismo que si quisiera—por alguna razón en particular—encargar a un mafioso que hiciera daño a alguien, tendría el problema de no saber donde buscar a ese individuo. Sé que debería acudir al estado de conciencia “infierno” de este lugar, pero no sabría que pasos dar o a donde ir, ni como llegar.
Siguiendo ese razonamiento se descubre cual es la “llave dimensional” que me abriría las puertas a ese otro estado. El propio deseo de hacer mucho daño, lleva implícito el odio absoluto que sentiría, y por lo tanto esa sería la clave o llave dimensional para alcanzar ese otro estado. El odio sería la linterna que alumbraría el camino hasta las profundidades del mal y de esa manera lograría encontrar al sujeto en cuestión. Eso significaría que de alguna forma habría dado un salto “cuántico dimensional” a otro estado de conciencia, a otra realidad alternativa, también llamada Barcelona. Solo que las consecuencias de este salto, sería experimentar las vivencias correspondientes a ese otro estado, y tal vez, cuando el encargo de hacer daño fuera cumplido, quien sabe si no recibiría chantajes o amenazas por los mismos individuos y, desde ese punto de vista, entrar en una vorágine de situaciones infernales, de consecuencias impredecibles, pero que como siempre, mi mente habría sido la creadora con sus pensamientos y emociones asociadas.
La realidad se va desplegando momento a momento, guiada por el motor de la mente, de las creencias, de los programas, de los deseos.
Esta manera de pensar, no es más que un ejercicio de abstracción mental, pero... ¿y si en realidad sucediera eso? ¿Y si el acto de dormir y desconectar la conciencia todas las noches, fuera necesario para pasar a diferentes estados o niveles de conciencia, siguiendo las pautas de nuestros cambios mentales?
Esto no quita importancia a la realidad experimentada, pues cuanto acontece en un sueño es real hasta que despertamos, y lo mismo con todos los estados de conciencia conocidos (alucinatorios, místicos, meditativos, etc.) por lo que la realidad es totalmente real mientras la conciencia la perciben como tal.
Desde esa perspectiva, Barcelona también es un estado de conciencia; un lugar en la mente, en la conciencia. En esta ciudad existe todo tipo de personajes que podrían situarse en diferentes niveles, con nombres como: cielos, purgatorios e infiernos.
Soy consciente del sufrimiento y el dolor insoportable que experimentan ciertas personas en los niveles más inferiores e infernales de Barcelona, sea por las drogas o por otras circunstancias, pero no son parte de mi realidad; forman parte de otro estado de conciencia aparte del mío, y para llegar a ellos se necesita algún tipo de “llave dimensional”.
Me preguntaba a mí mismo que si quisiera—por alguna razón en particular—encargar a un mafioso que hiciera daño a alguien, tendría el problema de no saber donde buscar a ese individuo. Sé que debería acudir al estado de conciencia “infierno” de este lugar, pero no sabría que pasos dar o a donde ir, ni como llegar.
Siguiendo ese razonamiento se descubre cual es la “llave dimensional” que me abriría las puertas a ese otro estado. El propio deseo de hacer mucho daño, lleva implícito el odio absoluto que sentiría, y por lo tanto esa sería la clave o llave dimensional para alcanzar ese otro estado. El odio sería la linterna que alumbraría el camino hasta las profundidades del mal y de esa manera lograría encontrar al sujeto en cuestión. Eso significaría que de alguna forma habría dado un salto “cuántico dimensional” a otro estado de conciencia, a otra realidad alternativa, también llamada Barcelona. Solo que las consecuencias de este salto, sería experimentar las vivencias correspondientes a ese otro estado, y tal vez, cuando el encargo de hacer daño fuera cumplido, quien sabe si no recibiría chantajes o amenazas por los mismos individuos y, desde ese punto de vista, entrar en una vorágine de situaciones infernales, de consecuencias impredecibles, pero que como siempre, mi mente habría sido la creadora con sus pensamientos y emociones asociadas.
La realidad se va desplegando momento a momento, guiada por el motor de la mente, de las creencias, de los programas, de los deseos.
Esta manera de pensar, no es más que un ejercicio de abstracción mental, pero... ¿y si en realidad sucediera eso? ¿Y si el acto de dormir y desconectar la conciencia todas las noches, fuera necesario para pasar a diferentes estados o niveles de conciencia, siguiendo las pautas de nuestros cambios mentales?
Como dijo Albert Einstein:
Hay dos formas de vivir tu vida.
Una es pensar que nada es un milagro.
La otra es pensar que todo es un milagro.
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La conciencia y el mundo aparecen y desaparecen juntos, de modo que son dos aspectos del mismo estado.
Nisargadatta
Tenemos que ser conscientes de que siempre que surja una dificulta en la vida, es señal de que algo va mal en nuestro interior.
Lama Yeshe
Nuestras vidas son la obra de nuestros pensamientos.
Marco Aurelio
La verdadera filosofía es reaprender a ver el mundo.
Merlean Ponty
El paraíso no es un lugar a donde ir,
Sino un estado del alma para vivir
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Nicholas Gunn
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