Un poderoso hacendado, que se consideraba dueño de la verdad, acertaba en muchas cosas, pero en otras era autoritario e injusto.
Un día llamó a su única hija y le dijo:
-Todo lo que tengo es tuyo o lo será. Como soy tu padre, determino tu destino. Por eso elegiré un buen novio para ti, el hijo de una familia rica como la nuestra, de modo que vuestra unión aumente aún" más la riqueza y el poder de nuestras familias. Y quiero que hasta que te cases te dediques enteramente a esta hacienda y me obedezcas en todo.
La, joven escuchó en silencio, pensó un poco y luego respondió:
-Padre, te tengo todo el respeto y la admiración que una hija pueda sentir por su padre. Estoy agradecida de haber venido al mundo como tu hija y de todo lo que he aprendido con el padre y la madre que tengo. Pero no puedo aceptar que tu voluntad determine mi destino.
-Exijo que me obedezcas, o no te consideraré más mi hija -gritó el padre, tunoso.
-Padre, no me voy a casar con alguien a quien no conozco sólo porque tú lo mandes. Tengo otros planes para mi vida. Quiero...
-No quieres nada, porque aquí quien tiene que querer soy yo -gritó el hombre.
Al día siguiente la expulsó de su casa y de la tierra donde vivía. Pero para que nadie lo criticara, le dio oficialmente unas tierras para vivir y trabajar, aunque era un terreno totalmente inhóspito, un charco pedregoso imposible de cultivar, con una choza solitaria que se caía a pedazos.
Allí la joven aprendió arduamente a cortar leña y a segar; haciendo economías, se abastecía de lo básico para su alimentación y comenzó a estudiar la forma de producir algo en aquella tierra.
Cuando se dio cuenta de que en el charco había ranas, investigó por correspondencia, en una biblioteca universitaria de la capital, todo lo que se había publicado sobre el tema, y comenzó a dedicarse a la cría de ranas y caracoles. Fue adaptando el lugar poco a poco mientras ampliaba la producción y empezó a investigar otras posibilidades.
Un año después, su producción le proporcionaba lo suficiente para vivir confortablemente, con la casa reformada. Dos años más tarde ya mantenía contactos comerciales por ordenador con varios países, negociando la exportación de ranas, caracoles y... maravillosas orquídeas.
Durante ese tiempo, la hacienda de su padre sufrió un duro revés. Después de perder en el juego una buena parte de sus propiedades, se quedó sin recursos para invertir. La hacienda se estancó. Los recursos menguaron aún más y las deudas comenzaron a acumularse.
Como siempre oía hablar de la prosperidad de su hija, se decidió a visitarla por primera vez desde que la había echado de casa, para proponerle que formaran una sociedad, en caso de que ella pudiese colaborar en esa difícil etapa que la hacienda estaba atravesando, ya que, al fin y al cabo, ella era su heredera.
La joven lo recibió con gentileza y aceptó la propuesta que le hacía su padre con una condición:
dirigir todos los negocios de la hacienda.*
No se gana ni se pierde
hasta que no se apuesta.
No importa lo que te haya pasado en tu vida; tú tienes el poder suficiente dentro de ti para trascender y reinterpretar tu pasado.
Todo lo que te ha sucedido y está registrado en tu mente como un trauma, en realidad puede transformarse en una experiencia de la vida, en una enseñanza.
Has de estar sinceramente agradecido por todo lo que te ha pasado. Tenía que ser como fue, y no de otro modo. Tú fuiste como fuiste porque eres como eres.
sábado, 9 de mayo de 2009
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